A rastras mis padres consiguieron llevarme a mi primer día de colegio. Todos los niños me miraban, no entendían mi camiseta, la que tanto insistí a mis tres años que me compraran, una con la gata de Hello Kitty. Gracias a ella y a que el fútbol no lo entendía, me fueron desplazando poco a poco en las clases.
Los recreos me los pasaba leyendo novelas de Corín Tellado o intentando que las niñas de mi clase me regalaran hojitas de cambiar que aún guardo con cariño.
Los niños eran muy brutos y no comprendían que no me gustara lanzar piedras y sí componer mis primeros poemas. Más tarde aún fue peor, descubrí la voz de mujer más bella del mundo.
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