domingo, 31 de octubre de 2010

Tragicomedia sobre la realidad laboral - Historias II

La segunda historia fue escrita hace unos meses, y su publicación ya la tenía pensada para hoy, sin embargo no puedo hacerlo en mejor momento.

"La leyenda del electricista"

A los niños se nos educa mal. Se nos dice muchas veces que el día de mañana tenemos que ser alguien y que para eso hay que estudiar mucho, pero claro, no nos dicen el que. Perdidos vagamos por los colegios, intitutos, universidades... No sabemos que hacer. Rellenamos formularios, preinscripciones e inscripciones regulares. Pagamos tasas, títulos... Nos aseguramos mil veces de que aquello que hacemos tiene salidas laborales y se gana bastante, omitiendo las vocaciones. Sacamos la mejor de las notas, conseguimos beca en el mejor centro de estudios del mundo y somos el número uno en las oposiciones tras un máster.

Hemos encauzado nuestra vida de cara al mundo laboral. Ya sabemos que tendremos trabajo de por vida. No ganamos tanto como creíamos pero no nos podemos quejar porque como hay otros que lo pasan peor... Así que ahí estamos, dándolo todo. No hay día que no rindamos por encima de nuestras posibilidades. Si hay que echar horas, las echamos. No nos pillamos ni una baja. Y todo con una sonrisa.

¿Todo para qué? Un buen día aparece alguien salido de la nada que dice que es el hijo de no sé quién o se tira a no sé cuánto, el electricista. Sin esfuerzo alguno no sólo iguala nuestra categoría si no que la supera rápidamente. Ya no somos los mejores, pasamos a ser trabajadores del montón, despreocupados. Hemos chocado de bruces con la realidad. Somos consecuentes con lo que hay, sabiendo que de poco sirve lo que hagamos si no eres "alguien".

Perdemos la fe muy pronto, viendo que nuestro sudor no es ni merecedor de una palmadita en la espalda. Y es así en casi todas partes, hasta a pequeña escala. ¿Quién quiere esforzarse cuando hay un gran dedo que lo dirige todo?

jueves, 28 de octubre de 2010

Siempre queda la Esperanza

-No entiendo como no lo entienden-dijo al reflejo de su espejo.

Mientras tanto, Esperanza llevó su mano a la cabeza acariciándose su fabuloso pelo rubio.

-Soy el mayor ejemplo de que en este país todos podemos triunfar. No importa lo qué hagas, ni cómo lo hagas, ni cuántas veces lo hagas, lo importante es que estés ahí. Cuándo Chema me dio la cultura la destrocé, quedé en ridículo ¿y me vine abajo? ¡No! Cuándo estuve en ese sitio... Como se llamaba... No sé, era muy aburrido y no tengo claro que era lo que hacía... Presidenta de no sé qué... Pillaba por Plaza España. Pero quedó claro que eso impulsó mi carrera. Y sobre todo demostré que perder unas elecciones, no es el fin del mundo. Gracias a mí los chavales tienen fe en el mundo.

Alguien como yo, una simple Grande de España, es capaz de manejar el tiempo a su antojo. Puedo hacer que varios meses se te pasen en treinta días. Dime tú quién puede. E inaugurar hospitales con muebles de otros. Tengo mi propio canal de televisión y amigos a los que hace falta que ate con ninguna correa para que estén cerca de mí. ¿Y qué esos amigos hacen cosas malas? ¡Qué más da! El secreto de todo este éxito viene porque tengo la mayor confianza que uno pueda tener en uno mismo. ¿Por qué? Porque soy inmortal.

Por cierto, ¿qué habrá sido de mi amiga Sara Mago?

jueves, 21 de octubre de 2010

¿Qué pasaría si Megan Fox fuese inteligente? IV

"No tengo ninguna duda en mi cabeza sobre ser bisexual, pero nunca saldría con una chica que fuera bisexual, porque eso significaría que también se ha acostado con hombres, y los hombres son tan sucios que nunca me acostaría con una chica que se hubiese acostado con un hombre".

Y ocurrió. Megan fue recluida en un internado. Rodeada de niñas desde los tres hasta los diecisiete años... y de monjas. El ambiente se adaptó a ella. Sus conversaciones de pequeña filósofa llamaron poderosamente la atención. Las mujeres de hábito, llevadas por la codicia, pensaron que esta personita podía aportarles muchos beneficios. Su belleza, a la par que su cerebro, haría de ella alguien poderoso. Sólo hacía falta enseñarle como.

lunes, 18 de octubre de 2010

Sarcásticamente irónico

Soy consciente de que una de las posibles muertes que puede que tenga, será por quince puñaladas, provocadas por quince personas diferentes. No me hago querer. No soy de esas personas buenas a las que les gusta ser agradables con el projimo. Guardo las formas y mantengo el respeto, pero entre los mayores defectos que tengo, según quién lo considere, es que me gusta provocar.

La frase "no contestes" dicha por uno de mis padres se quedaba pequeña ante las contestaciones que a veces daba. Para los niños mayores era un grano en el culo al que querer ahostiar. Y ahora, que hemos dejado de lado la violencia irracional (es un decir), soy ese que suelta el comentario indirecto que molesta pero contra el que no te puedes defender, salvo que sea de la misma manera.

Llevo años haciéndome uno con la ironía y el sarcasmo, y para que engañarnos, no me va mal. Actualmente, practicamente todas las personas que forman mis circunstancias, son como yo, un grupo que ha decidido no callarse.

La provocación no es más que el dejar de ser un pusilánime. Todos tenemos que ser demasiado buenos, sonreir y decir que sí, dando igual todo lo demás. Y mira, basta ya, la mayoría somos demasiado educados con lo que nos jode y así nos va, mal. Yo paso de decir cosas por detrás, y si las digo poco después van a ir a la cara, y con ganas de que me respondan si tienen algo que decir.

La diferencia con ser directo es que no todos saben lo que has dicho, o lo que has querido decir, y eso es muy divertido. Cuando se entiende la reacción no es la misma, duele mucho más y consigue sacar de las casillas al más pintao.

Escribir sobre esto supongo que me convierte en peor persona de lo que ya se me considera. Vanagloriarme de esto no es algo que esté bien visto pero nunca he usado el sarcasmo ni la ironía con nadie que no se lo mereciera.

martes, 5 de octubre de 2010

El mundo a todas horas - En alerta

Tras el primer café, vino el segundo. Tras el segundo, el tercero... Pasé de no tener sueño a estar en constante alerta. Ya no podía parar. Pegaba botes, miraba el reloj a cada segundo, hablaba sin parar... Parecía una persona hiperactiva después de tomarse algodón de azúcar.

Ya no me dormía y tenía energías infinitas. Entraba y salía de casa sin parar. Todo el mundo se fijaba en mí. Entre todas las miradas había dos que se repetían, la de miedo y la de lástima.

Intentaba explicar la situación a los vecinos. Algunos me escuchaban, otros se marchaban. Al segundo día empecé a ver pautas comunes en ellos. Pensé que ya que estaba aquí, no estaba de más aprender algo nuevo.