Recordaréis fieles lectores, una historia de una caja que no era del todo querida. En el capítulo anterior, nos quedamos en la búsqueda del nuevo hogar para esta. Sigamos.
Las conversaciones sobre el paradero futuro de la caja sólo evidenciaban una cosa, no podía seguir donde estaba, su único delito, ser diferente y ocupar espacio donde ni siquiera era vista nunca. Muchos fueron los insultos que recibió mientras la decisión era tomada, desde trasto a cosa que sobra, pasando por mierda inútil.
Por desgracia para ella, su sentencia se hizo firme, y se puso fecha a su traslado hacia otras tierras, exactamente un trastero de una tercera persona. El poseedor y escritor de esto, se preguntaba sobre cuan aburrida es la vida de otras personas como para montar semejante pifostio por una caja, y a su vez, maquinaba como burlar el destierro de su querida caja del alma.
Tras barajar varias opciones, creo un refugio en su propia habitación, un doble fondo donde esconder a la caja. Se le ocurrió, que en lo que se declaraba un indulto y permanecía escondida, podía dejarla un cuaderno y un bolígrafo para que escribiera un diario a lo Anna Frank. Luego recordó que se trataba de una caja.
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