No quería recurrir a drogas prohibidas. En mi estado, me pararía la policía y tardaría poco en descubrirme. La decisión estaba tomada, sólo había una cosa que podía ayudarme a completar la tarea que me había auto-encomendado: el café.
Llevaba años oyendo hablar de él pero nunca me decidí a probarlo. Lo elegí frente al té porque no te lo sirven ardiendo, y frente a las energéticas por no acabar teniendo alas, a la larga es poco práctico.
La primera taza no supo muy allá que digamos. Sí, me despejó algo, pero el sabor... Y lo peor el aliento que te deja. Todo el mundo se vuelve adivino cuando bebes uno. Pero tras oír los sabios consejos del camarero, probé con azúcar. Aquello empezaba a mejorar.
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