Tras el primer café, vino el segundo. Tras el segundo, el tercero... Pasé de no tener sueño a estar en constante alerta. Ya no podía parar. Pegaba botes, miraba el reloj a cada segundo, hablaba sin parar... Parecía una persona hiperactiva después de tomarse algodón de azúcar.
Ya no me dormía y tenía energías infinitas. Entraba y salía de casa sin parar. Todo el mundo se fijaba en mí. Entre todas las miradas había dos que se repetían, la de miedo y la de lástima.
Intentaba explicar la situación a los vecinos. Algunos me escuchaban, otros se marchaban. Al segundo día empecé a ver pautas comunes en ellos. Pensé que ya que estaba aquí, no estaba de más aprender algo nuevo.
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