jueves, 2 de diciembre de 2010

El final de los gilipollas

Sin quererlo me ha salido una trilogía de algo que empecé hace un año y continué el mes pasado, así que etiqueta al tanto xd.

Harto de ser una plañidera quejica respecto al mundo gilipollesco que me rodea vi que tenía que tomar medidas. Quejarse está muy bien hasta el momento que lo compatibilizas con otra cosa, y yo no hacía eso. Me encontraba al borde de la pataleta cada vez que veía una acción de ellos. Esto no podía seguir así.

Como no puedo tomarme la justicia por mi mano, por aquello de la legitimidad, no por falta de ganas, pensé en que lo mejor sería apartarse de ellos, pero claro, entonces tendría que dejar el trabajo, a mi familia, trasladarme a una aldea remota y abandonada, y empezar a vivir como cazador-recolector. La comodidad de la vida moderna respecto a esa hizo que desechara la idea.

Pasó por mi cabeza hacerme como uno de ellos. Cuando uno no es un gilipollas genuino (o eso cree) es muy difícil. Requiere años de entrenamiento ya que hay que cambiar la forma de pensar radicalmente. No es sólo convertirse un hortera o una mala persona, porque la intención es ser aceptado frente a otros de esa especie. Al requerir tanto tiempo también la abandoné.

Pensé, pensé y pensé y nada se me ocurría, hasta ayer. Una conversación me reveló lo que tenía que hacer. Como el convivir con ellos iba es inevitable lo mejor que se puede hacer es sacarle partido a ello. ¿Cómo? Comparándose con ellos. Esto es ideal para el autoestima, por lo que previene las depresiones, mejora tus relaciones sociales con no-gilipollas y seguro que hasta baja el colesterol. Lo que he comprobado y he visto en otras personas, es que entra un gran sentimiento de superioridad. No es caer en el egocentrismo, es evitar la falsa modestia. Tampoco es nada de ideas pasadas de rosca sobre clases superiores ni nada así, es ver que frente a la mayoría absorvente, algunos aún seguimos pensando y tomamos decisiones por nosotros mismos.

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