Este texto fue escrito con la intención de ser algo muchísimo más largo. Es más, la plaza y calle a las que hago referencia, tenían nombre en su versión original. Hace unos días caí en él viendo que llevaba más de un año sin ser tocado, así que viendo el simbolismo que se le puede dar y adaptándolo un poco, aquí lo tenéis publicado.
Las cuerdas le sujetaban a la madera por las muñecas, llevándolo en horizontal. Cuando los primeros ojos se percataron de él, había recorrido parte de la calle principal. Los que estaban sentados en los bancos de la plaza, fueron testigos de como se desplomó en el suelo. Miraron alertados por el ruido de la caída con curiosidad.
Nadie apartaba la mirada de aquel hombre, y nadie se levantaba a ayudarle. Pasaron dos minutos hasta que alguien alzó la voz para preguntar si estaba bien. La ausencia de respuesta hizo que todos, las cuatro personas que allí se congregaban, perdieran el interés y siguieran hablando del mucho calor que hacía.
Poco a poco, tanto el hombre, el tronco, y las cuerdas, que lo convertían en uno, empezaban a formar parte del paisaje. Las dos parejas que pasaron por el lugar aquella tarde, sólo le miraron. Una de ellas no se molestó siquiera moverse unos metros para evitar tener que saltarle.
Como era costumbre, los que fueron testigos, al dar el reloj las ocho de la tarde, se levantaron hacia sus casas. Y sin hacer nada que no hubieran hecho antes, se despidieron y marcharon.
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